Una representación cruda y gráfica de los 7 pecados capitales



¿Por qué eligieron trabajar con los siete pecados capitales?
Cuando Sol se acercó a nosotros lo hizo de la manera más honesta posible. Quería hacer
un full álbum, pero no tenía ni idea de cómo ni por dónde empezar. Solo sabía que el
proyecto se llamaba 7, que cada canción llevaba el nombre de un pecado capital y que
estaba dispuesta a todo. Nos dijo que confiaba plenamente en nosotros, que le diéramos
rienda suelta a nuestra imaginación sin filtro. Eso fue lo más poderoso: esa confianza total
es algo que casi nunca pasa.
¿Cómo describirían la experiencia de dirigir este proyecto?
Para nosotros era la oportunidad que veníamos esperando hacía mucho tiempo. Después
de tantos años dirigiendo en dupla teníamos acumuladas un montón de ideas que nunca
habíamos podido concretar, imágenes y pequeños delirios que en otros proyectos
resultaban demasiado arriesgados o directamente no encontraban lugar: cuerpos apilados,
una persona enterrada viva en tiempo real, prótesis para deformar un rostro y volverlo
monstruoso; y otras que no eran tan arraigadas pero que tampoco habíamos logrado
materializar, como una levitación o un cuerpo en llamas. Eran obsesiones que nacían de
nuestros intereses compartidos por el terror, el body horror, lo onírico, el inconsciente, lo
performático, lo absurdo y la exploración de las pulsiones más primitivas y vitales. Con 7
todo eso pudo finalmente salir a la superficie y convivir en un mismo universo.
Comenzamos a pensar la idea junto con Juan Lanzillotta que, además de ser nuestro
asistente de dirección, hizo la dirección creativa con nosotros. Narrativamente nos
interesaba alejarnos de la visión moral de los pecados. No queríamos hablar de castigo ni
de culpa. Por eso invertimos el orden tradicional y arrancamos con la pereza para terminar
en la soberbia. Ese recorrido nos dio un crescendo que no buscaba redención sino
liberación. Cada paso hacia el abismo la acercaba a Sol a una versión más auténtica de sí
misma. La experiencia terminó siendo un viaje a su infierno personal, entendido no como
condena sino como territorio de poder. Queríamos que el inconsciente dominara la realidad,
que la lógica de lo onírico impusiera sus reglas y que los espacios se volvieran metáforas
vivas.
¿Qué momento del proceso creativo recuerdan como el más significativo?
El rodaje fue un desafío enorme. Desde hacía años teníamos el deseo de filmar en ese
barco, pero lo guardábamos como un tesoro, esperando que apareciera el proyecto ideal. 7
fue ese proyecto. Para nosotros la locación debía ser tan protagonista como la propia Sol:
un espacio laberíntico que arrastrara al espectador a un infierno inconsciente. Cada pasillo,
cada rincón estrecho, cada cambio de nivel debía generar la sensación de estar atrapados
en un sueño que podía volverse pesadilla en cualquier momento. Esa atmósfera en el barco
ya estaba de base; no hacía falta inventar demasiado, el barco en sí mismo era un
personaje que dictaba la narrativa.
Por otro lado, y no menor, al ser Sol una artista emergente no contábamos con un gran
presupuesto. Las ambiciones eran altísimas y había que encontrar la manera de
materializarlas sin perder potencia. Ahí es donde el equipo se volvió indispensable. Desde
el primer momento creyeron en el proyecto y se entregaron con la misma intensidad que
nosotros. En producción tuvimos a Agustina Claramonte y Jimena González, que fueron
como las madres del rodaje: las que pusieron orden, contuvieron y se aseguraron de que
todo funcionara aun en medio del caos, a la par que yo (Juanma) estuve desde el lugar de
producción ejecutiva, velando porque las piezas se acomodaran para que la visión pudiera
cumplirse. Ensayamos cada pieza con una coreografía meticulosa bajo la supervisión de Cande Gauffin y Lucía Giannoni, que armaron un elenco de performers con una entrega y
una fisicalidad generosa impresionante. La dirección de arte de Sol Franco terminó de dar
vida a escenarios que parecían surgir de lo más profundo de un sueño o de una pesadilla.
La fotografía de Vladimir Lobunéts encontró esa textura onírica y perturbadora que sostenía
toda la visión, y en maquillaje Escalante y Tamara Novoa dieron forma a las prótesis faciales
y corporales que definieron parte de la estética del proyecto, creando imágenes que
quedaron como emblemas de los videos.
Y después estuvo Sol, en el centro de todo. Hay una gratitud enorme en ver a alguien
exponerse con tanta determinación. Más allá de haber confiado desde el inicio, en el set se
entregó con una intensidad total. No hubo un solo momento de duda, no hubo un “esto no lo
hago”. Ella se metió de lleno en cada propuesta, desde lo más físico hasta lo más extremo.
Esa entrega nos permitió arriesgar más, porque sabíamos que estábamos acompañados
por alguien que no tenía miedo de atravesar lo incómodo, lo extraño, lo crudo.
El cansancio de rodar dos días seguidos, durmiendo en la misma locación, se compensaba
con la certeza de que estábamos logrando algo hermoso. Ese equilibrio entre limitaciones
materiales y ambiciones creativas fue lo que marcó la experiencia: cada obstáculo era una
oportunidad para inventar soluciones, y esa búsqueda constante terminó dándole al
proyecto una fuerza aún mayor.
La postproducción fue otra etapa fundamental. Nos asociamos con Marteee Studio, que se
sumó como productor asociado aportando todo el trabajo de post, VFX y color. Julián De
Luca, como colorista, terminó de darle vida a la atmósfera, reforzando la intensidad de los
climas y la fuerza simbólica de cada universo. Emi Ochoa se encargó de los efectos
visuales, incluyendo la construcción digital del cuerpo en llamas, una de las escenas más
complejas y recordadas. Y en el montaje contamos con la mirada de Juan Pablo Arrieta,
que logró articular cada pieza para que los siete mundos se sintieran como capítulos de un
mismo viaje.
¿De qué manera este videoclip resignificó o profundizó su pasión por dirigir?
7 fue un proyecto que nos reconectó con el deseo más primario que teníamos cuando
soñábamos con estudiar cine: esa fantasía de poder inventar universos, climas, imágenes
que solo existen en el terreno de la imaginación. Y de pronto, ver que todo eso podía
materializarse, que esas obsesiones podían hacerse cuerpo en un rodaje, fue inspirador y
profundamente gratificante. Nos conectó con la sensación de jugar, con ese impulso de la
infancia donde todo es posible. En la industria muchas veces ese cruce entre lo autoral y lo
comercial se vuelve difícil. Las convicciones y los deseos personales suelen quedar
relegados frente a lo que se supone que “funciona”. Para nosotros, poder ser fieles a esas
ideas, llevarlas a fondo y confiar en que alguien las iba a ver, abrazar y apostar por ellas fue
un aprendizaje enorme, una confirmación muy satisfactoria. Porque cuando esos delirios
logran salir a la luz contra todo pronóstico, terminan marcando la diferencia. Y eso nos deja
con más ganas que nunca de seguir creando.