¿El fin del videoclip? o el futuro visual de la música 

El videoclip nos hizo parte de un ritual: esperar un estreno, mirarlo en loop, compartirlo con amigos. Hoy, entre data y algoritmos, el formato se esconde mientras una nueva forma de “música visual” busca ocupar ese lugar.

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Por Juan Montes – 07/05/2025


La época dorada del videoclip hace varios años que quedó en los recuerdos más nostálgicos de la televisión y la Web 2.0. 

La primera vez que vi Frozen de Madonna quedé hipnotizado al verla levitando como una hechicera gótica mientras se fundía en animales. Un escenario místico y desierto que rompía con su imagen pública y daba inicio a la era metamorfosis de Ray of Light en los noventa. Hoy mientras dedico largo tiempo culposo a las redes, me pregunto cuál sería el equivalente actual de esa magia que vi aquel día, ¿sigue estando en el videoclip o migró a otro lugar? 

La imagen que acompaña a la música

La música siempre fue visual.
Mucho antes del videoclip, poder escuchar música significaba ir a teatros o presenciar alguna orquesta en vivo. Luego gracias al audiovisual, vivimos las coreografías de Elvis Presley, la sensualidad de Donna Summer interpretando Love to Love You Baby”, o la teatralidad de Yma Súmac, entre otros artistas que aprovecharon una identidad para ir más allá de lo sonoro. 

Y cuando llegó el videoclip como un fenómeno cultural impulsado por MTV, se transformó por completo nuestra manera de consumir la música visual. Obras como Thriller, Virtual Insanity, Toxic o Bad Romance no solo definieron el panorama en cada década, sino que convirtieron el estreno de cada video en un acto de ceremonia: un momento colectivo de expectativa para conectar (aunque fuera solo por unos minutos!) con la nueva música.

Ese formato tal como lo conocemos, parece haberse estancado. Anitta declaró el año pasado: “Ya no se aprecian los videoclips. Invertimos millones de dólares y nadie los mira”.

En 2017, Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee acumulaba 4.600 millones de reproducciones solo en su primer año —hoy tiene cerca del doble—; mientras que el año pasado el videoclip más visto, APT. de Rosé y Bruno Mars, apenas alcanzó una sexta parte de esa cifra. 

¿El videoclip dejó de ser popular? No es una pregunta nueva.
En 2001, Billboard señaló que entre 1995 y 2000, MTV ya emitía un 36.5% menos de videoclips. Ese dato no anunció ninguna muerte del formato porque con el tiempo migró a YouTube, su nueva casa. Lo que sucede es que el contexto era otro: la piratería destruía la industria de la música y comenzaron a recortar los presupuestos. MTV por su lado cambió su fórmula para emitir realities como The Real World o Jackass que, aunque bastante icónicos, poco tenían que ver con la música.

Por suerte hoy, y gracias a la era del streaming, la industria vive un nuevo récord de ingresos —según el último reporte de la IFPI. Pero el panorama es distinto porque no estamos viviendo una nueva era dorada del formato. Esta vez el contexto no es económico, es cultural. 

Entrando a la era del algoritmo

La difusión del contenido ya no depende de las conexiones entre personas. En la era de los algoritmos de recomendación, es la tecnología la que decide qué capta mejor tu atención.

Esto es hoy, pero antes fue el zapping o la creación de comunidades virtuales, que artistas como Justin Bieber o Maria Becerra construyeron en YouTube hace más de una década. Venimos de una era donde subir un video —incluso el más “raro” o ingenioso posible como Somebody That I Used to Know— era lo único necesario para conectar con los seguidores.

Y como cada nueva era, hay que saber adaptarse bien. Una lectura sobre lo que predomina en el “For You Page” (FYP) es que cada video se parece más al anterior. Lo llamo el efecto plantilla, que prioriza la legibilidad sobre la originalidad. El minimalismo audiovisual nunca se vio tan esquematizado; con la regla de los tres primeros segundos, el contenido subtitulado, si tiene un gancho al inicio o el acto de hacer referencia por hacer referencia para generar debate en los comentarios. 

Este efecto plantilla es un modelo que obedece al algoritmo, en lugar de romperlo. Si Björk colaboraba con directores como Michel Gondry o Spike Jonze para romper su propio molde a través del videoclip, hoy algunos artistas comprometen su creatividad ante un nuevo sistema.

FKA Twigs estrenó hace unas semanas Childlike Things, donde intenta persuadir a un ejecutivo que la considera como una artista «poco viral» y le niega destinar más presupuesto para sus videos. “Mejor graben algún contenido en formato corto, 15 segundos, y lo suben a todas las redes”, concluye al final del video.

Es estratégico y necesario adaptarse al juego del algoritmo. El contenido de formato corto abrió oportunidades para que muchos artistas crezcan y se vinculen con nuevas audiencias. Pero también instala un dilema para quienes no saben usarlo, porque ¿quién se arriesgaría a hacer algo más madonnesco o distinto si la plataforma, al final del día, no te va a recomendar?

Pensemos si Thriller se lanzaba en TikTok: desaparecería toda la parte narrativa para dejar solo el coro y la coreografía entre zombies. Ese sería el gancho y duraría unos pocos segundos. En esta nueva era me pregunto: ¿el público consume más data que cultura pop?

Y si bien vivimos saturados de contenido, el resultado sigue siendo una paradoja: hay más música visual que nunca en nuestras pantallas. Por supuesto existen artistas que desafían los algoritmos de manera disruptiva, como Rosalía o Lil Nas X, y plataformas como YouTube que potencian el storytelling visual de cada talento. Pero no dejo de preguntarme, ¿dónde está esa magia del videoclip que conocíamos? 

¿Realmente el formato está desapareciendo?

Es interesante reflexionar si el «declive» cultural del videoclip es un fenómeno puramente occidental cuando en mercados como India o Corea del Sur sigue siendo un formato esencial para la industria: los videos más reproducidos hoy en día son los de Bollywood y el universo K-pop merece su propio análisis. 

En el mundo hispano por otro lado, tenemos grandes referentes del videoclip como Residente, Rosalía, Arca, Dillom, Wos, Nathy Peluso, con grandes proyectos audiovisuales. Pienso en This is Not America de Residente o Descartable de Wos, y es un guiño al formato en su era dorada. No se pueden ignorar los proyectos que se están gestando desde la música urbana y alternativa pero, ¿siguen generando el mismo impacto? 

Otros íconos de la música visual han optado por abandonar el formato por completo. Beyoncé lanzó el álbum visual Lemonade en 2016, mezclando música, audiovisual y un mensaje político que dio la vuelta al mundo con Formation. Para su siguiente disco Renaissance en 2022, tomó una decisión radical en su carrera: no hacer videoclips.

“You are the visuals”, respondió. 

Desde entonces, no dejo de pensarlo. ¿Fue una declaración? ¿Somos, representamos o construimos lo visual? Quizás lo visual vive a través de nosotros, quizás la música hoy se complementa también con la respuesta del público.

En eso tenía razón. Renaissance fue un éxito sin videoclips oficiales. Y aún así ese universo visual sí existió: la icónica portada sobre un caballo de cristal, lyric videos minimalistas y la gira “Renaissance World Tour”, un espectáculo afro futurista que fusionó visuales, moda, tecnología y cultura ballroom, recaudando 579 millones de dólares. 

Los fans no tardaron en apropiarse de ese mundo, creando coreografías virales, edits no oficiales y millones de vistas con contenidos en YouTube inspirados en ese disco, replicando y amplificando todo ese universo visual. Beyoncé hizo con este álbum más política sin videoclips que si lo hubiera hecho con imágenes, a través de los fans como co-creadores.

La dirección creativa 

Hace unos días vi a Ca7riel y Paco Amoroso sobre el escenario del Lollapalooza, presentando su último EP Papota, en un show donde lo visual amplificaba el peso de la música. Inflables gigantes, fuegos artificiales, una decena de fisicoculturistas y una estética surrealista que resonaba en la audiencia. Esta vez fue con un espectáculo en vivo que quedé hipnotizado, y entonces lo entendí: la magia del videoclip no desapareció, sino que se transformó en una experiencia total. 

Y en un mundo de co-creación, la dirección creativa es esencial. No se trata solo de hacer un video; es acompañar toda la era de un artista dándole coherencia a su identidad. Pienso en Noduerm0 con Dillom en Por Cesárea: no solo dirigió los videos, sino que construyó una narrativa visual completa. Desde la portada que pintó a mano hasta la dirección de los shows en vivo. Es un trabajo que asegura que cada detalle hable el mismo idioma visual; el arquitecto de una nueva identidad.

En 2024, Charli XCX convirtió el disco Brat en un movimiento cultural no por sus videoclips, sino por su portada: un fondo verde lima con el título en minúsculas —diseñada por Special Offer, Inc.—. Su diseño minimalista se volvió un meme viral e incluso llegó a la campaña presidencial de Kamala Harris. El tuit de Charli ‘kamala IS brat’ confirmó ese alcance y se convirtió en un símbolo que los fans reinterpretaron a su manera en las plataformas. La dirección creativa puede provocar un movimiento que va más allá del videoclip.

Estamos entonces ante un nuevo cambio de paradigma: ¿Y si el videoclip se está fragmentando para potenciar su impacto cultural? Un challenge viral, un visualizer de un disco completo, el merch, las portadas animadas en plataformas de música, y no se detiene: NFTs, experiencias interactivas, realidad aumentada o incluso un recital virtual en Fortnite. 

Entrando a la era de la música visual

Es indispensable proteger el videoclip y cuidar su legado; pero también es importante abrazar un nuevo modelo de consumo que magnifique la experiencia. Con una industria musical en crecimiento y nuevos mercados en auge, la conexión entre la música y su dimensión visual es más relevante que nunca. Estamos ante una era con más contenidos, más videoclips, más experiencias y un mercado en plena consolidación. 

La música visual se abre paso en un nuevo manifesto cultural: una visión que nace desde la música, toma forma con la dirección creativa y se expande a través de una audiencia que hoy no solo consume, sino que también co-crea. Tal vez, al final, no sea el videoclip lo que está muriendo, sino nuestra manera de mirarlo.

Me imagino a Madonna y Chris Cunningham reinventando Frozen en 2025: no sería solo un videoclip, habitaría todo un ecosistema. Un teaser en YouTube con imágenes del frío desierto de Mojave, un visualizer con patrones de mehndi animados, Madonna transformándose en diversos animales en cada plataforma. Una narrativa transmedia, omnipresente y mucho más tenebrosa, rompiendo esquemas. Pero sobre todo muy personal, una conexión que replica esa magia del videoclip. Ese es el verdadero poder de la música visual, como cuando vi a esa hechicera levitar por primera vez en Frozen: no importa en qué formato exista, siempre habrá una imagen capaz de hipnotizarnos. 

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